El canto del árbol nace de una fragilidad sostenida, de ese hilo-raíz cuya urdimbre es la poética de un instante en el que anida el canto a la vida.
Las plumas pueden ser cuna de un sueño hipnótico, un regazo de Hipno, cercano a la muerte de Tánatos, su hermano gemelo; o pueden ser alas vencedoras, como las de Niké, la diosa de la Victoria. Alas que también tejen los nidos de un vuelo al que cantan. La crisálida detiene el instante: es presente, es urna-incubadora refugio del neonato. Pero es un nido polisémico: es continente, es contenido.
Del árbol brota música en su pecho, nacen plumas de raíces-ramas inertes, germina savia de la crisálida muerta, emana la vida desde la piedra, los medios naturales se invierten, y el vacío se transforma en un generador creativo. Es un canto que nos acerca al ser humano desde las emociones que nos unen a la vida, y hacen que resistamos.
Aixa Portero